Carola Bagnato trabaja la pintura como quien abre una puerta hacia adentro. Su práctica artística —en muros, telas o papeles— sostiene un diálogo constante entre lo que ocurre afuera, en la calle, y lo que sucede en el espacio íntimo del estudio. En sus imágenes aparecen la niñez, la ternura y lo suave, todo está ahí para acercarnos a un territorio donde lo cotidiano se vuelve ceremonia.
Su proceso es constante, atento y suelto, como un respirar prolongado. Carola concibe la pintura como una superficie viva, una piel que guarda memoria y, capa sobre capa, permite que las formas nazcan, se contradigan, vuelvan a aparecer o cambien de dirección. La pintura, para ella, no se impone: se escucha. Se acompaña. Se deja ser.
Pinta y contempla como forma de revelación. Le interesa observar cómo lo mínimo puede abrir un espacio de profundidad y sentido. En su obra, lo íntimo se vuelve paisaje, y la imagen se convierte en un acceso al inconsciente, a ese lugar donde lo emocional y lo espiritual se tocan. Su invitación es simple y profunda a la vez: mirar con suavidad, dejar que la obra hable y permitir que algo secreto, quizá muy antiguo, se haga visible.
